lunes, 9 de julio de 2007

- Perenne Escritura IV -

Noche en mar abierto ( I )

Escalaba por el este sumido en inmensa rutina el infatigable astro rojo. Abrazado por intensas protuberancias naranjas avivaba así prematuros cánticos animales.
Seres despertaban entre el prometedor aroma de un húmedo alba bajo pálidas nubes desdibujadas.

Entre la hermosa flora costera fosforecían los primeros ojos contemplantes de un asentado día tras el nocturno aguacero atmosférico mientras millones de olfatos mecanizaban olientes la alfalfa fresca en una nueva jornada de claros cielos.

Los primeros rayos de la mañana filtraban entre los finos poros de mis largas cortinas sucumbiendo así la presente negrosidad de mi alcoba, siempre ante la mirada atenta de un manifestante e intenso sol ardiente.

Mi cortinaje, ruborizado por constantes ráfagas de brisa oceánica, ondeaban insistentemente y yo, autodenominado asceta de riberas salinas me entregaba con gran vehemencia a la ofrenda de nuestros innatos deleites.

Adormilado yacía mi ser levitante. Fluctuosos sueños azules se cernían sobre la ausencia de mis voluntarios actos en mañanas dignas repletas de oxígeno puro.

Las corrientes diurnas provocaron mis primeros aturdidos pestañeos que instigaban a mi mente la particular esquemática diaria de obligaciones.


Los primeros pasos vacilantes hacían gemir el suelo de madera al mismo tiempo que me aproximaba al aseo para cumplimentar las diferentes tareas de acicalamiento.

Deslumbrando su firme presencia con hermosa verticalidad me esperaba como cada día el faro…mi alborozo y cometido, mi obligación y placer, el consumado deseo del bienaventurado, la torre que ha visto envejecer el rostro de la desesperanza de una ahora hosca y lejana humanidad… la luz que ha acompañado mis más emergidas tribulaciones. La incertidumbre, firme compañera, ha visto peligrar el asentamiento en mis atolladeros reflexivos desde que me valgo a él y a este destierro voluntario.

Faenando frente al expectante ojo pasaba mis más placenteras horas matinales, el monótono mantenimiento del mismo acompañaba mi meditar ante las uniformes olas que rompían con rabia o dulzura constantemente en el paradisíaco hogar de miles de especies.
El sol empezaba a ponerse y la tarde invadía la bóveda terrestre menguando poco a poco el refulgir del consumado día cuando armónicos e incesantes cantos llegaban hasta la cúspide de mi moradora atalaya.

Una fuerte atracción llamaba mi honesta presencia hacia el epicentro de tan sutil cantar y mis sentidos en revolución agudizante clamaban una apresurada aproximación.

-Sitjar-

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"Lo peor de las malas personas es que nos obligan a dudar de las buenas"