Varias semanas han pasado desde que saltara a la palestra mediática una nueva y controvertida tesitura del señor Sánchez Dragó. Algunos fragmentos de sus epopéyicas publicaciones han levantado ampollas en la sociedad a la cual el mismo detesta.
Cabe destacar también el sector intelectual que ha salido en defensa del rufián de la narrativa española, escudándose tras el derecho constitucional de la libertad de expresión (como si promulgar y hacer uso de apología pedófila fuera respetable en parámetro de tolerancia).
Reservándome en esta ocasión lo que pienso de dicho personaje, dejo aquí un buen artículo de opinión de Ignacio Escolar sobre el samurai de la literatura contemporánea de este país.
Va un español muy machote por el metro de Tokio, en 1967, y de repente se encuentra “con unas lolitas, pero no eran unas lolitas cualesquiera, sino de esas que se visten como zorritas, con los labios pintados, carmín, rimel, tacones, minifalda… Tendrían unos trece años”. Ante tal provocación, y sin encomendarse a Torrente porque habría sido un anacronismo (“la culpa es de los padres…”), el español va y se anima: “Subí con ellas y las muy putas se pusieron a turnarse. Mientras una se iba al váter, la otra se me trajinaba”.
Ese mismo machote, tres décadas después, va y se lo cuenta a un amiguete. Y para que quede constancia, lo publican en un libro de jocosos chascarrillos y nombre muy oportuno: “Dios los cría”. Animalitos. “El delito ya ha prescrito”, escribe el valiente, “así que puedo contarlo”. “Aparte de que las delincuentes eran ellas y yo no. Si hubo allí delito, ¿quién era el delincuente? ¿Quién abusó de quién? Yo fui raptado, zarandeado, cosificado… ¿o no?”.
Pues ahora dice que no. Porque tras descubrir pasmado que trajinarse a menores no tiene muy buena prensa, aunque haya prescrito, el machote valiente ha preferido pasar por fanfarrón. Ayer rectificó sobre lo escrito: “Es una historia literaturizada, digamos, a partir de una anécdota trivial. Fue un coqueteo sin importancia. Fuimos todos a tomarnos un café al lado de la estación. Nadie se trajinó a nadie. Lo de los trece años era una forma de hablar”.
Así que la próxima vez que vean en la pantalla de Telemadrid a Sánchez Dragó, pueden escoger el adjetivo. Dependiendo de cuál de sus versiones sea cierta, estarán pagando el sueldo, con sus impuestos, a un machote que se trajina a menores; a un valiente, que lo cuenta cuando “el delito ha prescrito”; o en el mejor de los casos, al típico fantasma, fanfarrón y bocazas.