Josmar Flores secuestró un avión para advertir a México de que se acerca un terremoto terrible. Actuó con la ayuda de tres latas rellenas de tierra y atadas con lucecitas a las que hizo pasar por una bomba, en un intento de emular el truco de Cristo con los panes y los peces. Una vez repasada la biografía del profeta, resulta que oculta un pasado de sicario virtuoso del revólver y atormentado por su adicción a las drogas y al alcohol. El suicidio le rondaba la cabeza hasta que decidió darse a la fe: se convirtió en predicador y empezó a oír voces.
Al leer estos someros apuntes biográficos, inmediatamente uno piensa en George W. Bush, ilustre ex alcohólico y ex presidente. Hay un paralelismo inquietante entre las trayectorias de este par de cubas. Porque también Bush tuvo una mala racha en que el único deporte que practicaba era la barra libre. Y también Dios se cruzó en su camino para echarle una mano. No llegó a predicador, sino que saltó a la política, una forma más radical no sólo de anunciar catástrofes, sino de prepararlas y trabajarlas a fondo. Durante su doble mandato, logró materializar al menos dos terremotos cuyas ondas sísmicas continúan: la invasión de Afganistán y la de Irak.
Josmar dice que ser mexicano es un don de Dios, que el escudo de México, con su águila y su serpiente, representa a Cristo que tiene cogido al diablo en sus garras. Basta cambiar México por EEUU para que cualquiera pueda reconocer en esas palabras la voz de pato apocalíptico de Bush, que habla con Dios sin pedir cita previa y sin más combustible que el alcohol ingerido antes de tropezar en su camino a Damasco.
Bush, además, es el ejemplo máximo del principio de Peter, aquel en el que uno asciende hasta que alcanza el máximo nivel de incompetencia (nunca debió haber manejado nada más complejo que una botella). Que haciendo y diciendo las mismas cosas uno ascendiera hasta jefe de pista y otro se quedara simplemente en payaso depende no del alcohol ni de la fe, sino de la línea de salida. El papá de George casi era Dios y el de Josmar, casi don nadie. Deberían haberse juntado para tocar mariachis pero a veces Dios no los cría.